viernes, 30 de marzo de 2007

El cid campeador




Nació en fecha incierta hacia mediados del siglo XI (quizá entre 1043 y 1050) en Vivar del Cid, a escasos 10km de Burgos. Era hijo de Diego Laínez (infanzón de Vivar, de la nobleza menor, guerrero en las luchas contra los navarros) y de Teresa Rodríguez, hija de Rodrigo Álvarez. Su abuelo por vía paterna era Laín Núñez quien aparece como testigo en documentos expedidos por el Rey Fernando I de Castilla y según la leyenda descendía de Laín Calvo, uno de los míticos Jueces de Castilla. Al quedar huérfano de padre, se crió en la corte del rey Fernando junto al príncipe Sancho, de cuyo séquito formaba parte.
Fue investido caballero alrededor del año 1060, en la iglesia de Santiago de los Caballeros (Zamora) por el príncipe Sancho. Entre 1063 y 1072 fue el brazo derecho de Sancho y guerreó junto a él en diversas batallas. Probablemente, fue en la batalla de Graus (1063) donde peleó por primera vez, como aliado del rey taifa de Zaragoza, Al-Muqtadir. Fue nombrado alférez del rey cuando Sancho accedió al trono de Castilla (Sancho II) en 1065, quedando, por lo tanto, al mando de la milicia real.
En 1067 obtuvo el título de Campeador (Campidoctor) al vencer en combate singular a Jimeno Garcés, el alférez del rey de Navarra, para dirimir una disputa por unos castillos fronterizos en la llamada Guerra de los Tres Sanchos.
Como jefe de las tropas reales, acompañó a Sancho en la guerra que éste mantuvo con su hermano Alfonso VI, rey de León y con su hermano García, rey de Galicia, con el objeto de reunificar el reino dividido tras la muerte del padre. Desempeñó un papel notable, sobre todo en las victorias castellanas de Llantada (1068) y Golpejera (1072). Tras esta última, Alfonso VI fue capturado y Sancho II se adueñó de León y, a continuación, de Galicia.
Parte de la nobleza leonesa se sublevó y se hizo fuerte en Zamora, bajo el amparo de la infanta doña Urraca, hermana de los anteriores. Sancho II, con la ayuda de Díaz de Vivar, sitió la ciudad, pero murió asesinado por el noble zamorano Bellido Dolfos.
Alfonso VI sucedió a su hermano en el trono del Reino de Castilla y en el de León. En su calidad de alférez real, tomó juramento a Alfonso VI (Santa Gadea, 1072) de no haber intervenido en la muerte de su hermano Sancho II.

Reproducción de una página del manuscrito Cantar de Mío Cid conservado en la Biblioteca Nacional de España
Las relaciones entre Alfonso y Díaz de Vivar fueron buenas en principio; aunque el nuevo rey le sustituyó en el cargo de alférez real por García Ordóñez, conde de Nájera, lo nombró juez o procurador en varios pleitos y le proporcionó un honroso matrimonio con Jimena Díaz (julio de 1074), noble asturiana, bisnieta de Alfonso V, con quien tuvo tres hijos: Diego, María (casada en segundas nupcias con el Conde de Barcelona) y Cristina (casada en segundas nupcias con el infante Ramiro de Navarra). Sin embargo el Cid siempre tuvo recelo de que Alfonso estuviera involucrado en el asesinato de Sancho, algo que irritaba a Alfonso.
En 1079 fue comisionado por el rey para cobrar las parias (tributos) al rey de Sevilla. Durante esa misión, ganó un combate contra las tropas del rey moro de Granada, a las que acompañaban las de García Ordóñez, en misión similar a la de Díaz de Vivar.
El ataque sufrido por Díaz de Vivar, sin embargo, tuvo una relevancia especial por cuanto, al parecer, habría sido parte de una maniobra del propio Alfonso VI con el objeto de desequilibrar las fuerzas de los reinos de Taifas en su beneficio. Sin saberlo, la misión de Díaz de Vivar fue en contra de los planes de su rey. Por lo demás, su victoria frente a un noble de buena posición en la corte, García Ordóñez, complicó su situación.
A todo esto se sumó, finalmente, un exceso (aunque no excepcional en la época) de Díaz de Vivar tras repeler una incursión de moros toledanos en 1080: adentrándose, a su vez, en el reino de Taifa toledano, saqueó su zona oriental, que estaba bajo el amparo del rey Alfonso VI.
Sin descartar la influencia de cortesanos opuestos a Díaz de Vivar en la decisión, todo lo anterior tuvo como consecuencia que el rey incurriera en la «ira regia» y decretase su destierro y el rompimiento de la relación de vasallaje con él. Se dijo que el Cid se quedaba con partes de las parias que se cobraban a los reinos de Taifas.
A finales de 1080 o principios de 1081, Díaz de Vivar partió al destierro e, inmediatamente, buscó un patrono al otro lado de la frontera. Junto con sus vasallos o «mesnada», entró al servicio desde 1081 hasta 1085 del rey de Zaragoza, al-Mutamín, que encomendó al Cid en 1082 una ofensiva contra su hermano, el gobernador de Lérida, Mundir, que, aliado con el conde Berenguer Ramón II de Barcelona y el rey de Aragón, Sancho Ramírez, no quería acatar el poder de Zaragoza a la muerte del padre de los dos, Al-Muqtadir, iniciándose por ello las hostilidades.
La mesnada del Cid reforzó las plazas fuertes de Monzón y Tamarite y derrotó a la coalición, ya con el apoyo del grueso del ejército taifal de Zaragoza, en la batalla de Almenar, donde fue hecho prisionero el conde Ramón Berenguer II. El apoteósico recibimiento de los musulmanes de Zaragoza al Cid al grito de «sīdī» («mi señor» en árabe) pudo originar el apelativo romanceado de «mio Çid». El otro apelativo que le brindaron los musulmanes fue «el milagro de su Dios».
En 1084 el Cid desempeñaba una misión en el sureste de la taifa zaragozana, atacando Morella. Al-Mundir, señor de Lérida, Tortosa y Denia, vio en peligro sus tierras y recurrió de nuevo a Sancho Ramírez, que le atacó el 14 de agosto de 1084. De nuevo el castellano se alzó con la victoria, reteniendo a dieciséis nobles aragoneses, que al fin liberó, tras cobrar su rescate.

La Tizona de El Cid Campeador, conservada en el Museo del Ejército, Madrid
Durante esta etapa el Cid utilizó a su primera espada llamada la Colada. Más tarde adquirió la Tizona, perteneciente a un rey de Marruecos y hecha en Córdoba. Con las dos espadas dio mandobles por doquier y con justicia, además de ir acompañado de su caballo pura sangre andaluz, Babieca.
La invasión almorávide y la derrota en 1086 de Alfonso VI en la batalla de Sagrajas, propiciaron el acercamiento entre rey y vasallo, a quien se le encargó la defensa de la zona levantina y le concedió varios dominios. Entre 1087 y 1089, hizo tributarios a los monarcas musulmanes de las taifas de Albarracín y de Alpuente e impidió que la ciudad de Valencia, gobernada por el rey Al-Qadir, aliado de los castellanos, cayera en manos de Al-Musta'in II de Zaragoza, sucesor de Al Mutamín, y del conde de Barcelona Berenguer Ramón II. En 1089 se produjo una nueva disensión con el rey, al llegar tarde las tropas de Díaz de Vivar al sitio de Aledo, lo que le provocó un segundo destierro y ser despojado de las concesiones anteriores e incluso de sus propias heredades. Junto con su mujer Jimena y sus soldados más leales marchó en busca de gloria.
A partir de este momento, planteó su intervención en Levante como una actividad personal y no como una misión por cuenta del rey. En 1090 saqueó el Reino de Denia y después se acercó a Murviedro (hoy Sagunto), provocando el miedo de Al-Qadir en Valencia, que pasó a pagarle tributos. El rey de Lérida, por su parte, pidió ayuda frente a Díaz de Vivar al conde de Barcelona, Berenguer Ramón II, al que derrota en Tévar en 1090. Como consecuencia de estas victorias, se convirtió en la figura más poderosa del oriente de la Península.
Salió victorioso, por la descoordinación de sus enemigos, de una alianza entre castellanos, aragoneses y catalanes con el fin de apoderarse de Valencia en 1092 y aminorar así su poder. Como represalia, lanzó un ataque sobre La Rioja que obligó a Alfonso VI a volver a su reino. Por lo demás, a estas alturas todo Levante, excepto Zaragoza, pagaba sus parias a Díaz de Vivar.
En otoño de 1092 se vio obligado a pensar en el asalto a Valencia, perdida tras la muerte de su protegido por querellas internas entre los moros; puso sitio a la ciudad y, finalmente, entró en ella el 15 de junio de 1094.
A partir de ese momento, adoptó el título de príncipe Rodrigo el Campeador y seguramente fue también entonces cuando se le aplicó el título de Mio Cid.
Establecido ya en Valencia, se alió con Pedro I de Aragón y con Ramón Berenguer III con el propósito de frenar conjuntamente el empuje almorávide. Las alianzas militares se reforzaron con matrimonios. Una hija suya, María, casó con Ramón Berenguer III, y su otra hija, Cristina, con el infante Ramiro Sánchez de Navarra.
A comienzos del año 1097, los almorávides atacaron el territorio valenciano. Pedro I de Aragón acudió en auxilio del Cid y, juntos, vencieron a los musulmanes. Ese mismo año, Rodrigo envió a su único hijo varón, Diego Rodríguez, a luchar junto a Alfonso VI contra los almorávides, las tropas de Alfonso VI fueron derrotadas y Diego perdió la vida.
Su fallecimiento se produjo en Valencia entre mayo y julio de 1099 (según G. Martínez Díez, el 10 de Julio) debido a unas fiebres. Regaló su espada Tizona a su sobrino Pedro, junto con quien tantas veces había luchado. Doña Jimena consiguió defender la ciudad con la ayuda de su yerno Ramón Berenguer III durante un tiempo, pero en mayo de 1102, debido a una situación insostenible, con ayuda de Alfonso VI, la familia y gente de El Cid abandonó Valencia.
Sus restos fueron inhumados en el monasterio burgalés de San Pedro de Cardeña. Durante la Guerra de la Independencia los soldados franceses profanaron su tumba. Los restos fueron recuperados y, en 1842, trasladados a la capilla de la Casa Consistorial de Burgos. Desde 1921 reposan junto con los de su esposa doña Jimena en un emplazamiento privilegiado de la Catedral de Burgos.